Si todavía hay alguien que defienda aquello de que el fútbol siempre premia al mejor equipo, lo ideal sería que se mirara el vídeo del partido de ayer en Tarragona.
Porque Lillo difícilmente habrá conseguido alguna vez tanto con tan poco. Seguro. De entrada, se presentó en el Nou Estadi a no perder: cinco atrás (tres centrales y dos carrileros), dupla de centrocampistas defensivos y una isla: Díaz de Cerio. Toda una declaración de intenciones. Tras un inicio de claro dominio del Nàstic (tuvo hasta tres ocasiones de gol), una jugada aislada se convirtió en la primera aproximación peligrosa de la Real y, a la postre, en el primer disgusto para la grada. Un balón muerto cayó en la frontal del área y Moha -¡con su pierna mala!- voleó magistralmente enviando el balón a la izquierda de Rubén. Los mejores minutos visitantes llegaron, precisamente, a raíz de ese gol. El Nàstic tuvo unos momentos de conmoción que por poco no terminan en KO técnico. Pero la cosa no fue a mayores y el conjunto grana se fue al descanso tocado, pero no hundido.
Ferrando, tras perder esa primera mano de póker, apostó fuerte en la segunda. Quitó a Izquierdo y puso a Jandro para tratar de sitiar aún más a su rival. El Nàstic ganaba así un centrocampista y mantenía a otro, Campano, que también ejercía de lateral. Y poco a poco, la Real fue dando pasos hacia atrás. Redondo avisó con un disparo que por muy poco no sorprende a Bravo. A renglón seguido, Labaka cabeceó contra su propia portería, pero ayer -Día de los Difuntos- el único muerto fue el Nàstic.
Y eso que por un momento todo el mundo creyó en la remontada. Moisés hizo soñar al público con un golazo de bandera. Plantó el balón en la frontal y ejecutó a la perfección un libre directo que, como suele decirse en estos casos, limpió las telarañas de la portería de Bravo. Esa acción hacía justicia a un Nàstic que había jugado más y mejor, y castigaba a una rácana Real. Antes de ese tanto, Jordi Alba se calentaba en la banda. El gol de Moisés frenó inicialmente los planes de Ferrando que, sólo por un momento, sintió miedo de ir a buscar la victoria. Le duró seis minutos: Alba entró por N'gal (su titularidad fue una agradable sorpresa), y el conjunto tarraconense se disponía a buscar el triunfo.
Ducha fría. Cuando más claro lo tenía el Nàstic, la Real dio un segundo y último zarpazo: como en el primer gol, y tras una jugada embarullada, el balón cayó en la frontal. De Cerio -inexistente hasta ese momento- se la acomodó y disparó seco a la derecha: Rubén se quedó de piedra. Igual que el Nou Estadi: nadie podía creer que Lillo, con tan poco, resucitó a la Real en el Día de los Difuntos.